Esta adaptación sobre el relato de Juan Emar se desarrolla en forma de precuela, narrando de esta manera los
oscuros acontecimientos ocurridos entre los años 1916 y 1924, sombrío periodo
que ni el autor ni el protagonista del texto original conocieron. Este extracto
se ve protagonizado por un vendedor de antigüedades de un barrio de París,
mencionado apenas en el siguiente párrafo de “El pájaro Verde”:
“Fue
adquirido por el viejo père Serpentaire que tenía en el número 3 de la rue
Chaptal una tienda de baratijas, de antigüedades de poco valor y de bichos
embalsamados. Allí pasó el loro hasta 1924 sin hallar ni un solo interesado por
su persona.”
El relato
comienza con la presentación del protagonista, un hombre de unos 75 años; serio
y de mirada aguda y profundamente penetrante para su avanzada edad. Este
hombre, pére (padre, en castellano)
Serpentaire, un seminarista retirado por completo de su antiguo y devoto oficio.
Este hombre, en el otoño de su vida, decide dedicarse a la recolección y compra
barata para su posterior, aunque pretenciosa, venta de antigüedades,
excentricidades de cualquier tipo y múltiples cachivaches.
La tienda,
híbrida, le servía a su propietario como cómoda residencia en su segundo piso.
Su estancia en aquellas medianamente estrechas habitaciones de madera era
compartida. En el año 1922 llega a la vieja casa su joven acompañante, un
hombre de 25 años de edad llamado Souris.
Ambos
individuos compartiendo una misma vivienda, una misma tienda, y en ocasiones
una misma habitación: uno, la razón por la que el viejo haya desistido a su
primera vocación; y el otro, la razón por la que el joven se mantuviera estable
durante los años que se avecinarían.
Sobre nuestro
antagonista, el pájaro verde: se mantuvo durante años (desde el año de su
llegada, el 1916) en el sótano de la tienda. Una bodega que hospedaba los
objetos con menos interés y con menor precio. La exótica ave estuvo estática
durante 6 años, hasta la llegada del joven Souris a la casa, quien le rescató
de su olvidado rincón, con la intención de limpiarlo y exhibirlo en vitrina
para su venta.
Aquel
acontecimiento acarrearía la serie de serios problemas a la dupla de
propietarios. En un comienzo, el joven Souris, enorgullecido por su hallazgo se
planteó ofrecer el ave a los clientes que buscaban recomendaciones de cualquier
tipo. No pasó mucho tiempo
para que lo pusiese en práctica con el primer posible cliente. La cruel e
inhóspita muerte de esta joven escultora fue el primero de una serie de
acontecimientos con similar resultado que le precederían.
El pájaro
verde cobró vida, movilidad, aunque aún anclado a su tarima, no le parecía
nunca resultar incómodo al llevarla consigo en el vuelo, incluso utilizándola
como instrumento en sus variados asesinatos. Tanto Serpentaire como Souris lo
interpretaban como una fuerza tremenda.
El
tratamiento de limpieza y borrado de evidencias, con la posterior y minuciosa
erradicación total del cadáver (que aprovechaban de reciclar materiales
orgánicos, como el cabello o dientes, para su tienda), el viejo Serpentaire se
vio inmerso en una rutina luego de las diez primeras víctimas.
Luego de la
primera víctima que se le ofreció el ave, y al acontecimiento repetirse por
segunda ocasión, Serpentaire se esmeró en presionar a los clientes o, tan sólo
enseñar el ave como producto. Siempre con el mismo resultado: el ave volaba con
rapidez; picoteaba, mordía, deformaba y asesinaba.
La postura de
Souris era la de deshacerse como fuese del pájaro asesino, mientras más pronto
mejor; quizá sentía cierta responsabilidad al ser él quien lo llevó a vitrina.
En cambio, Serpentaire tenía el fuerte sentido de convencimiento de que era una
reliquia; un ave que seguramente debía tener alrededor del siglo de existencia,
por lo que lo menos que se podía hacer era darle una venta justa, a un dueño
realmente interesado, que no lo desecharía sin importar las consecuencias.
Esta serie de
hechos se mantuvo por un periodo de seis meses, en que contabilizaron unos 94
cadáveres.