lunes, 28 de mayo de 2012

Adaptación: "El pájaro Verde" (de Juan Emar). Parte 1


Esta adaptación sobre el relato de Juan Emar se desarrolla en forma de precuela, narrando de esta manera los oscuros acontecimientos ocurridos entre los años 1916 y 1924, sombrío periodo que ni el autor ni el protagonista del texto original conocieron. Este extracto se ve protagonizado por un vendedor de antigüedades de un barrio de París, mencionado apenas en el siguiente párrafo de “El pájaro Verde”:
“Fue adquirido por el viejo père Serpentaire que tenía en el número 3 de la rue Chaptal una tienda de baratijas, de antigüedades de poco valor y de bichos embalsamados. Allí pasó el loro hasta 1924 sin hallar ni un solo interesado por su persona.”
El relato comienza con la presentación del protagonista, un hombre de unos 75 años; serio y de mirada aguda y profundamente penetrante para su avanzada edad. Este hombre, pére (padre, en castellano) Serpentaire, un seminarista retirado por completo de su antiguo y devoto oficio. Este hombre, en el otoño de su vida, decide dedicarse a la recolección y compra barata para su posterior, aunque pretenciosa, venta de antigüedades, excentricidades de cualquier tipo y múltiples cachivaches.
La tienda, híbrida, le servía a su propietario como cómoda residencia en su segundo piso. Su estancia en aquellas medianamente estrechas habitaciones de madera era compartida. En el año 1922 llega a la vieja casa su joven acompañante, un hombre de 25 años de edad llamado Souris. 
Ambos individuos compartiendo una misma vivienda, una misma tienda, y en ocasiones una misma habitación: uno, la razón por la que el viejo haya desistido a su primera vocación; y el otro, la razón por la que el joven se mantuviera estable durante los años que se avecinarían.
Sobre nuestro antagonista, el pájaro verde: se mantuvo durante años (desde el año de su llegada, el 1916) en el sótano de la tienda. Una bodega que hospedaba los objetos con menos interés y con menor precio. La exótica ave estuvo estática durante 6 años, hasta la llegada del joven Souris a la casa, quien le rescató de su olvidado rincón, con la intención de limpiarlo y exhibirlo en vitrina para su venta.
Aquel acontecimiento acarrearía la serie de serios problemas a la dupla de propietarios. En un comienzo, el joven Souris, enorgullecido por su hallazgo se planteó ofrecer el ave a los clientes que buscaban recomendaciones de cualquier tipo. No pasó mucho tiempo para que lo pusiese en práctica con el primer posible cliente. La cruel e inhóspita muerte de esta joven escultora fue el primero de una serie de acontecimientos con similar resultado que le precederían. 
El pájaro verde cobró vida, movilidad, aunque aún anclado a su tarima, no le parecía nunca resultar incómodo al llevarla consigo en el vuelo, incluso utilizándola como instrumento en sus variados asesinatos. Tanto Serpentaire como Souris lo interpretaban como una fuerza tremenda. 
El tratamiento de limpieza y borrado de evidencias, con la posterior y minuciosa erradicación total del cadáver (que aprovechaban de reciclar materiales orgánicos, como el cabello o dientes, para su tienda), el viejo Serpentaire se vio inmerso en una rutina luego de las diez primeras víctimas. 
Luego de la primera víctima que se le ofreció el ave, y al acontecimiento repetirse por segunda ocasión, Serpentaire se esmeró en presionar a los clientes o, tan sólo enseñar el ave como producto. Siempre con el mismo resultado: el ave volaba con rapidez; picoteaba, mordía, deformaba y asesinaba.
La postura de Souris era la de deshacerse como fuese del pájaro asesino, mientras más pronto mejor; quizá sentía cierta responsabilidad al ser él quien lo llevó a vitrina. En cambio, Serpentaire tenía el fuerte sentido de convencimiento de que era una reliquia; un ave que seguramente debía tener alrededor del siglo de existencia, por lo que lo menos que se podía hacer era darle una venta justa, a un dueño realmente interesado, que no lo desecharía sin importar las consecuencias.
Esta serie de hechos se mantuvo por un periodo de seis meses, en que contabilizaron unos 94 cadáveres.

lunes, 21 de mayo de 2012

Mis años 20' fueron locos

Hola, soy viejo. Me gusta presentarme de esa manera a quien empieze cualquiera de mis relatos autobiográficos: se entiende como un enganche automático al lector; a las personas, a los perros dingos, a las ardillas voladoras y a uno que otro de los marsupiales australianos, les causa mucha gracia mi ocurrencia, y también, genéricamente, ese tipo de humor.
Lo verdaderamente importante (en una presentación) es mi nombre: Prometheo, pero con "H" intermedia, como el mito helénico del titán que se hizo famoso por robarle el fuego sagrado a los dioses. Ciertamente yo no le robaría nada a nadie.
Mi edad, dejando de lado toda posible modestia, o en caso contrario vergüenza, es de unos radiantes 163 años. Magnífico para una tortuga de mar que ha presenciado unas cuatro guerras en el océano y otras dos aún más grandes en la tierra.
Sí, hoy puedo decir que el único peso que acarreo todavía del pasado es mi caparazón. Ya no hay de qué arrepentirse, ya no hay tiempo.
Es fantástica la idea esa de los alemanes que implosionaron en los años 20'. A mi parecer, lo más cautivante del expresionismo germano era lo quebrado que podía llegar a estar su rostro. El de los autores, quiero decir. Pero no se daban cuenta, por lo que no pretendo que lean esto como una crítica social en el subtexto; no sean malos lectores con la gente triste. Colores antinaturalistas que añoraban la subjetividad atormentada. Qué bonito, ¿Ah?. Sí, en definitiva. Pero éramos jóvenes.